sábado, 27 de septiembre de 2014

Teología del Reino II. Segunda Clase

EL ESTILO DE VIDA DEL REINO
Podemos definir a quienes han descubierto el Reino como “ciudadanos del Reino”.  Jesús se refirió a los “hijos del Reino” (Mateo 13:38).  Ser un hijo del Reino involucra entrar al reino y llevar el estilo de vida del reino.  Es preciso aclarar que no se trata de ningún estilo de carácter religioso o mucho menos de aspectos externos como: la ropa o los gustos en vestir o hábitos culturales.

Antes de discutir el punto acerca de entrar al Reino, necesitamos hacer tres declaraciones previas:


Un hombre rico le preguntó a Jesús qué debía hacer para tener vida eterna (Mateo 19:16).  Después de contestar la pregunta del hombre, Jesús dijo inmediatamente a Sus discípulos: “de cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (19:23).  Los discípulos se asombraron con esta afirmación y le preguntaron: “Quien pues, podrá ser salvo?” (19:25).  Los términos: “entrar al reino de los cielos” (de Jesús) y “ser salvo” (de los discípulos) se usan alternadamente, es decir, sinónimamente.



Mateo suele usar la primera frase, mientras los escritores de los demás evangelios suelen usar la última.
 En el lenguaje judío, los “cielos” era una expresión para indicar siempre el “lugar”, o la “residencia” de Dios.   Ya que Mateo escribió, en y para un ambiente judío, él usó el idioma hebreo. Una comparación entre Mateo y los otros dos evangelios sinópticos, mostrarían que los pasajes, que son casi exactamente paralelos, dicen “reino de los cielos” en Mateo y “reino de Dios” en los demás.

Por último, en términos de la enseñanza del Nuevo Testamento, uno está en el reino o no. Algunas personas heredarán el reino, mientras que otras serán entregadas a castigo eterno (25:46). Las palabras de Cristo sobre el castigo eterno se hallan por lo general, en pasajes que describen la vida eterna, por lo tanto la duración del infierno es tan eterna como la del cielo.  Como la mayoría de las afirmaciones sobre el infierno en el Nuevo Testamento provienen de Jesús mismo, no estamos en posición de cuestionarnos esta terrible realidad si queremos someternos a Su enseñanza. 

Cuando pensamos en nuestra entrada al reino, llegamos a un tema que ha dado lugar a una gran cantidad de desacuerdos entre los cristianos, especialmente entre teólogos, esto es, la relación entre la gracia divina y la responsabilidad humana

El reino de Dios o la escatología del Nuevo Testamento es el verdadero contexto de la mayoría de las doctrinas del Nuevo Testamento. Dado que Jesús se enfoca principalmente en el Reino, y dado que el reino trata principalmente sobre escatología, cada doctrina que el Reino trata principalmente sobre escatología, cada doctrina del Nuevo Testamento debe tomar la escatología como su punto de partida. Está debe incluir aspectos de iniciativa divina y responsabilidad humana. Si trasladamos el problema a sus bases, podremos ver que éste pierde algo de intensidad.

La afirmación crucial con respecto a esto se encuentra en la primera proclamación de Cristo: “…el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15). La cercanía o presencia del Reino es una proclamación de gracia divina, el arrepentimiento es de responsabilidad humana. ¿Debe darse énfasis a la gracia divina o la responsabilidad humana? La respuesta debería ser obvia, amabas afirmaciones van lógicamente desde la intervención del reino hasta la respuesta del arrepentimiento y fe.  Aun en Mateo, donde se menciona primero el arrepentimiento: “porque el reino de los cielos se ha acercado”.

Lo anterior nos lleva a uno de los principios más fundamentales de la teología del Reino. El llamado al arrepentimiento se da en el contexto de la intervención del Reino. El Reino está aquí por lo tanto ¡arrepentíos! El arrepentimiento es parte de nuestra respuesta a las buenas nuevas sobre la cercanía del reino.   La presencia del reino debe iniciar el arrepentimiento y no viceversa. Sólo se puede esperar arrepentimiento genuino cuando los poderes del siglo venidero están presentes en el anuncio del evangelio. Decir “el reino está cerca” o “presente” significa anunciar el cumplimiento de las promesas en Isaías: Dios ha venido a salvar a Su pueblo, a liberar a los cautivos, perdonar a los pecadores, resucitar a los muertos, derramar Su Espíritu, renovar el pacto, revelar Su gloria, etc.  En respuesta a este hecho maravilloso, el hombre debe cambiar por completo y creer en las buenas nuevas. 

En este sentido la comprensión de Jesús  sobre el arrepentimiento y la presencia del Reino es radicalmente distinta a la comprensión del Judaísmo rabínico.  Para éste último, el arrepentimiento, obediencia a los requerimientos de la ley y a las tradiciones de los rabinos, era la condición que debía cumplir la nación antes que pudiera venir el Mesías.  El concepto rabínico del arrepentimiento pone la iniciativa en el hombre y su responsabilidad de arrepentirse.     

Jesús puso la iniciativa en Dios y la intervención dinámica de su reinado. Cuando Jesús predicó el arrepentimiento, la oferta de gracia ya no fue más una promesa verbal.  Cuando Jesús anunció libertad, la gente fue liberada, fue en este contexto,  con  el  poder  del  Espíritu  Santo  manifiesto  entre  el  pueblo,  que  Jesús  demandó  el arrepentimiento más severo. Este sugiere que cuanto mayor es la manifestación del poder de Dios, mayor es la posibilidad de un arrepentimiento profundo.  Cuando el poder de Dios no es manifiesto, un poderoso llamado al arrepentimiento sólo produce legalismo.

La idea rabínica de que el arrepentimiento debe iniciar la presencia del reino ha vuelto a aparecer con frecuencia a lo largo de la historia de la iglesia. La teología de Charles Finney y su concepto sobre el rol del hombre al iniciar el avivamiento se acerca mucho al concepto rabínico. Algunas tradiciones dentro de la iglesia evangélica también han sido profundas; sin embargo, muchos evangélicos y pentecostales predican el arrepentimiento de una manera que pone la iniciativa principalmente en las manos del hombre.   Esta es una posición alterada  pues, como está mostrado en Las Escrituras, es Dios Quien toma la iniciativa de ofrecerle al hombre Su Reino mediante Cristo Jesús.  En esto se reitera que, mientras el Reino no sea expuesto de manera real y con sus poderes, cualquier tipo de “arrepentimiento” carece de verdadera validez, y en todo caso, con el tiempo se puede probar que quizá no fue arrepentimiento sino otra cosa como, un susto emocional provocado en el hombre, sea por una predicación o enseñanza muy elocuente, o por una experiencia momentánea en quien supuestamente se “arrepintió”.

La enseñanza de Jesús da un fuerte énfasis a la gracia divina y como  resultado, a la responsabilidad humana, este hecho es evidente en las parábolas. 



La enseñanza de Cristo en las parábolas sobre quiénes son aptos para el reino, significó un giro radical de la esperanza de ese entonces. Los recaudadores de impuestos y las rameras entraron antes al Reino que los fariseos (Mateo 21:31).  “¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?”.  Jesús respondió “…cualquiera como éste niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (18:1-4).  Jesús, reiteradamente afirmaba que los primeros serían los últimos y los últimos los primeros (19:30, 20:16).  Una aplicación lógica de la interpretación aquí incluye el hecho de que, los ricos, que son los primeros en este mundo, son los últimos en ser incluidos en el Reino (19.23-24); los pobres que son los últimos en este mundo, son los favorecidos del Reino (Lucas 6:20). 


Esto es porque: “…lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación…” (Lucas 16:15).  Con esta realidad del Reino que enseña Jesús, se aplica a quienes piensan que son los primeros en estar seguros en el Reino (por su gran espiritualidad, por su vasto conocimiento o dominio de La Biblia, o porque con su actitud ante los demás dicen como aquél fariseo no soy como los demás (Lucas 18:11).  Pero penosamente esa es la actitud de mucha gente se dice ser del Reino, pero rayan en un legalismo que les hace creer que ellos son los primeros en el Reino.  Bien, es muy posible que esas muchas personas sean las primeras en las iglesias,  pero  no en el Reino, de tal manera que no sólo pueden estar quedándose por últimos para entrar al Reino, sino que corren el riesgo de quedar fuera del mismo.

Jesús no vino a llamar a justos, sino a pecadores (Marcos 2:17). Cuando los fariseos se quejaron de que Jesús recibía a pecadores y comía con ellos,  Jesús les dijo las parábolas de la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo (Lucas 15:1-32). La misma gente que por lo general, se creía estaba desamparada fue escogida por Jesús como candidatos para el reino de Dios, mientras que aquellos que se creían a sí mismos aceptos ante Dios, recibían una sorpresa desagradable. Esta elección radicalmente distinta de la gente, se basa en una comprensión de la gracia en vez del mérito. El único modo apropiado de responder a la gracia divina es como un niño. Un niño sabe cómo recibir algo confiadamente (Mateo 18:1-5). Un niño simboliza humildad y receptividad. El esfuerzo y los logros humanos no son ciertamente apropiados ante la presencia de la gracia divina. Aquellos que responden como niños se convierten en la manada pequeña a quien el Padre da el reino (Lucas 12:32). El contraste entre el orgullo religioso y la humildad de los niños indica el cambio radical de actitud que necesita llevarse a cabo en el corazón del hombre, antes de que pueda entrar al reino.  Aun cuando el cambio ocurre por obra de la gracia divina, el hombre debe nacer de nuevo en el Espíritu para entrar en el reino (Juan 3:3-6).     Note el énfasis de la soberanía del Espíritu, que sopla donde quiere (Juan 3:8), dicho énfasis proviene de la gracia divina. 



Hemos dado énfasis a la gracia divina porque la compresión de Cristo sobre el arrepentimiento se debe apreciar en el contexto de la proclamación del Reino. Sin embargo precisamente debido a que Jesús marcó el inicio de los poderes del Reino y todas las maravillas de ese evento de salvación, Él demandó la forma más intransigente de arrepentimiento.  Nadie jamás había demandado lo que Jesús demandó del hombre, Sus demandas son tan radicales que la historia posterior de la iglesia con frecuencia ha presenciado una disminución de estos elementos en Su enseñanza.    La necesidad de arrepentimiento se formula generalmente en términos de abnegación y lealtad a Jesús como Señor. En el lado crítico se encuentra la abnegación y en lado positivo el seguir a Jesús.    El arrepentirse significa dejar el hogar, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos y tierras por el reino de Dios (Lucas 18:29). Jesús esperaba que el hombre se negara o renunciara a sí mismo y tomara la cruz (14:25,33).   La cruz no era un mero símbolo del cristianismo: significaba morir en la horca, el hombre que iba a la cruz se despedía de su futuro, carrera, posición social, familia, salud, es decir de toda su vida.   Los discípulos de Jesús debían estar preparados a “odiar” las cosas más apreciadas en sus vidas. No lograr esto significaría una total incapacidad de seguirle, por lo tanto se advertía a los hombres considerar los costos antes de decidir seguir a Jesús. Si algún área de sus vidas les apartaba del reino debían “cortarla” (Marcos 9:43-48).

El llamado de Jesús: “sígueme” no es una decisión en la que el hombre pueda ocupar tiempo. Si quiere tiempo, debe olvidarse de seguirle (Lucas 9:57-62) una vez que se ha tomado el compromiso, no se puede mirar atrás, éste involucra una total obediencia a Jesús como Señor. Aquellos que dicen “Señor, Señor”, pero no obedecen, no serán recibidos en el Reino (Mateo 7:21-23). Quienes sirven a Jesús como Señor, obedecen la voluntad del Padre. La obediencia conduce a una justicia real que debe exceder a la de los escribas y fariseos (5:20). Quienes han dado de comer al hambriento, recogido al forastero, cubierto al desnudo y se han preocupado del encarcelado heredarán el reino (25:34-36). Tales personas están preparadas para sufrir por causa de la justicia (5:10).

Esto nos lleva a enfrentarnos con la intervención del reino en nuestras vidas. ¿Hemos oído el anuncio del reino de tal manera que sabemos y oímos nosotros mismos la oferta e invitación misericordiosa de Dios? Si este es el caso, ¿Hemos oído y enfrentado la proclamación esperanzadora de Jesús el Rey? ¿Hemos llegado a un acuerdo con el riguroso llamado al discipulado?  (Es decir, ¿es un discipulado a nuestro estilo, o al estilo de Jesús?)