EL ESTILO DE VIDA DEL REINO
Podemos
definir a quienes han descubierto el Reino como “ciudadanos del Reino”. Jesús se refirió a los “hijos del Reino” (Mateo 13:38). Ser un hijo del Reino involucra entrar al
reino y llevar el estilo de vida del reino.
Es preciso aclarar que no se trata de ningún estilo de carácter
religioso o mucho menos de aspectos externos como: la ropa o los gustos en
vestir o hábitos culturales.
Antes de
discutir el punto acerca de entrar al Reino, necesitamos hacer tres declaraciones
previas:
Un hombre
rico le preguntó a Jesús qué debía hacer para tener vida eterna (Mateo 19:16). Después de contestar la pregunta del hombre,
Jesús dijo inmediatamente a Sus discípulos: “de cierto os
digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos” (19:23). Los discípulos se asombraron con esta
afirmación y le preguntaron: “Quien pues, podrá ser salvo?” (19:25). Los términos: “entrar al reino de los cielos”
(de Jesús) y “ser salvo” (de los discípulos) se usan alternadamente, es decir,
sinónimamente.
Mateo
suele usar la primera frase, mientras los escritores de los demás evangelios
suelen usar la última.
En el lenguaje judío, los “cielos” era una
expresión para indicar siempre el “lugar”, o la “residencia” de Dios. Ya que Mateo escribió, en y para un ambiente
judío, él usó el idioma hebreo. Una comparación entre Mateo y los otros dos
evangelios sinópticos, mostrarían que los pasajes, que son casi exactamente
paralelos, dicen “reino de los cielos” en Mateo y “reino de Dios” en los demás.
Por
último, en términos de la enseñanza del Nuevo Testamento, uno está en el reino
o no. Algunas personas heredarán el reino, mientras que otras serán entregadas
a castigo eterno (25:46). Las
palabras de Cristo sobre el castigo eterno se hallan por lo general, en pasajes
que describen la vida eterna, por lo tanto la
duración del infierno es tan eterna como la del cielo. Como la mayoría de las afirmaciones sobre el
infierno en el Nuevo Testamento provienen de Jesús mismo, no estamos en
posición de cuestionarnos esta terrible realidad si queremos someternos a Su
enseñanza.
Cuando
pensamos en nuestra entrada al reino, llegamos a un tema que ha dado lugar a
una gran cantidad de desacuerdos entre los cristianos, especialmente entre
teólogos, esto es, la relación entre la
gracia divina y la responsabilidad humana.
El
reino de Dios o la escatología del Nuevo Testamento es el verdadero contexto de
la mayoría de las doctrinas del Nuevo Testamento. Dado que Jesús se enfoca
principalmente en el Reino, y dado que el
reino trata principalmente sobre escatología, cada doctrina que el Reino
trata principalmente sobre escatología, cada doctrina del Nuevo Testamento debe
tomar la escatología como su punto de partida. Está debe incluir aspectos de
iniciativa divina y responsabilidad humana. Si
trasladamos el problema a sus bases, podremos ver que éste pierde algo de
intensidad.
La
afirmación crucial con respecto a esto se encuentra en la primera proclamación
de Cristo: “…el
reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos
1:15). La cercanía o presencia
del Reino es una proclamación de gracia divina, el arrepentimiento es de
responsabilidad humana. ¿Debe darse énfasis a la gracia divina o la
responsabilidad humana? La respuesta debería ser obvia, amabas afirmaciones van
lógicamente desde la intervención del reino hasta la respuesta del
arrepentimiento y fe. Aun en Mateo,
donde se menciona primero el arrepentimiento: “porque el reino
de los cielos se ha acercado”.
Lo
anterior nos lleva a uno de los principios más fundamentales de la teología del
Reino. El llamado al arrepentimiento se da en el contexto de la intervención
del Reino. El Reino está aquí por lo tanto ¡arrepentíos! El arrepentimiento es parte de nuestra respuesta a las buenas nuevas
sobre la cercanía del reino. La
presencia del reino debe iniciar el arrepentimiento y no viceversa. Sólo se
puede esperar arrepentimiento genuino cuando los poderes del siglo venidero
están presentes en el anuncio del evangelio. Decir “el reino está cerca” o
“presente” significa anunciar el cumplimiento de las promesas en Isaías: Dios
ha venido a salvar a Su pueblo, a liberar a los cautivos, perdonar a los
pecadores, resucitar a los muertos, derramar Su Espíritu, renovar el pacto,
revelar Su gloria, etc. En respuesta a
este hecho maravilloso, el hombre debe cambiar por completo y creer en las
buenas nuevas.
En
este sentido la comprensión de Jesús sobre
el arrepentimiento y la presencia del Reino es radicalmente distinta a la
comprensión del Judaísmo rabínico. Para
éste último, el arrepentimiento, obediencia a los requerimientos de la ley y a
las tradiciones de los rabinos, era la condición que debía cumplir la nación
antes que pudiera venir el Mesías. El
concepto rabínico del arrepentimiento pone la iniciativa en el hombre y su
responsabilidad de arrepentirse.
Jesús
puso la iniciativa en Dios y la intervención dinámica de su reinado. Cuando
Jesús predicó el arrepentimiento, la oferta de gracia ya no fue más una promesa
verbal. Cuando Jesús anunció libertad,
la gente fue liberada, fue en este contexto, con el poder del Espíritu Santo manifiesto entre el pueblo, que Jesús demandó el arrepentimiento más severo. Este sugiere
que cuanto mayor es la manifestación del poder de Dios, mayor es la posibilidad
de un arrepentimiento profundo. Cuando el poder de Dios no es
manifiesto, un poderoso llamado al arrepentimiento sólo produce legalismo.
La
idea rabínica de que el arrepentimiento debe iniciar la presencia del reino ha
vuelto a aparecer con frecuencia a lo largo de la historia de la iglesia. La
teología de Charles Finney y
su concepto sobre el rol del hombre al iniciar el avivamiento se acerca mucho
al concepto rabínico. Algunas tradiciones dentro de la iglesia evangélica
también han sido profundas; sin embargo, muchos evangélicos y pentecostales
predican el arrepentimiento de una manera que pone la iniciativa principalmente
en las manos del hombre. Esta es una
posición alterada pues, como está
mostrado en Las Escrituras, es Dios Quien toma la iniciativa de ofrecerle al
hombre Su Reino mediante Cristo Jesús.
En esto se reitera que, mientras el Reino no sea expuesto de manera real
y con sus poderes, cualquier tipo de “arrepentimiento” carece de verdadera
validez, y en todo caso, con el tiempo se puede probar que quizá no fue
arrepentimiento sino otra cosa como, un susto emocional provocado en el hombre,
sea por una predicación o enseñanza muy elocuente, o por una experiencia momentánea
en quien supuestamente se “arrepintió”.
La
enseñanza de Jesús da un fuerte énfasis a la gracia divina y como resultado, a la responsabilidad humana, este
hecho es evidente en las parábolas.
La
enseñanza de Cristo en las parábolas sobre quiénes son aptos para el reino,
significó un giro radical de la esperanza de ese entonces. Los recaudadores de impuestos y las rameras
entraron antes al Reino que los fariseos (Mateo
21:31). “¿Quién es el mayor
en el reino de los cielos?”. Jesús respondió “…cualquiera como
éste niño, ése es el mayor en el reino de los cielos” (18:1-4). Jesús, reiteradamente afirmaba que los
primeros serían los últimos y los últimos los primeros (19:30, 20:16). Una aplicación
lógica de la interpretación aquí incluye el hecho de que, los ricos, que son
los primeros en este mundo, son los últimos en ser incluidos en el Reino (19.23-24); los pobres que son
los últimos en este mundo, son los favorecidos del Reino (Lucas 6:20).
Esto
es porque: “…lo que los hombres tienen por sublime, delante
de Dios es abominación…” (Lucas 16:15). Con esta realidad del Reino que enseña Jesús,
se aplica a quienes piensan que son los primeros en estar seguros en el Reino
(por su gran espiritualidad, por su vasto conocimiento o dominio de La Biblia,
o porque con su actitud ante los demás dicen como aquél fariseo “no soy como los demás” (Lucas 18:11). Pero penosamente esa es la
actitud de mucha gente se dice ser del Reino, pero rayan en un legalismo que
les hace creer que ellos son los primeros en el Reino. Bien, es muy posible que esas muchas personas
sean las primeras en las iglesias, pero no en el Reino, de tal manera que no sólo
pueden estar quedándose por últimos para entrar al Reino, sino que corren el riesgo
de quedar fuera del mismo.
Jesús no vino a llamar a
justos, sino a pecadores (Marcos 2:17).
Cuando los fariseos se quejaron de que Jesús recibía a pecadores y comía con
ellos, Jesús les dijo las parábolas de
la oveja perdida, la moneda perdida y el hijo pródigo (Lucas 15:1-32). La misma gente que por lo general, se creía
estaba desamparada fue escogida por Jesús como candidatos para el reino de
Dios, mientras que aquellos que se creían a sí mismos aceptos ante Dios,
recibían una sorpresa desagradable. Esta elección radicalmente distinta de la
gente, se basa en una comprensión de la gracia en vez del mérito. El único modo
apropiado de responder a la gracia divina es como un niño. Un niño sabe cómo
recibir algo confiadamente (Mateo
18:1-5). Un niño simboliza humildad y receptividad. El esfuerzo y
los logros humanos no son ciertamente apropiados ante la presencia de la gracia
divina. Aquellos que responden como niños se convierten en la manada pequeña a
quien el Padre da el reino (Lucas
12:32). El contraste entre el
orgullo religioso y la humildad de los niños indica el cambio radical de
actitud que necesita llevarse a cabo
en el corazón del hombre, antes de que pueda entrar al reino. Aun cuando el cambio ocurre por obra de la
gracia divina, el hombre debe nacer de nuevo
en el Espíritu para entrar en el reino (Juan
3:3-6). Note el
énfasis de la soberanía del Espíritu, que sopla donde quiere (Juan 3:8), dicho énfasis proviene
de la gracia divina.
Hemos
dado énfasis a la gracia divina porque la compresión de Cristo sobre el
arrepentimiento se debe apreciar en el contexto de la proclamación del Reino.
Sin embargo precisamente debido a que Jesús marcó el inicio de los poderes del
Reino y todas las maravillas de ese evento de salvación, Él demandó la forma
más intransigente de arrepentimiento. Nadie
jamás había demandado lo que Jesús demandó del hombre, Sus demandas son tan
radicales que la historia posterior de la iglesia con frecuencia ha presenciado
una disminución de estos elementos en Su enseñanza. La necesidad de arrepentimiento se formula
generalmente en términos de abnegación y lealtad a Jesús como Señor. En el lado
crítico se encuentra la abnegación y en lado positivo el seguir a Jesús. El arrepentirse significa dejar el hogar,
hermanos, hermanas, madre, padre, hijos y tierras por el reino de Dios (Lucas 18:29). Jesús esperaba
que el hombre se negara o renunciara a sí mismo y tomara la cruz (14:25,33). La cruz no era un mero símbolo del
cristianismo: significaba morir en la horca, el hombre que iba a la cruz se despedía de su futuro, carrera,
posición social, familia, salud, es decir de toda su vida. Los discípulos de Jesús debían estar
preparados a “odiar” las cosas más apreciadas en sus vidas. No lograr esto
significaría una total incapacidad de seguirle, por lo tanto se advertía a los
hombres considerar los costos antes de decidir seguir a Jesús. Si algún área de
sus vidas les apartaba del reino debían “cortarla” (Marcos 9:43-48).
El
llamado de Jesús: “sígueme” no es una decisión en la que el hombre pueda ocupar
tiempo. Si quiere tiempo, debe olvidarse de seguirle (Lucas 9:57-62) una vez que se ha tomado el compromiso, no
se puede mirar atrás, éste involucra una total obediencia a Jesús como Señor.
Aquellos que dicen “Señor, Señor”, pero no obedecen, no serán recibidos en el Reino
(Mateo 7:21-23). Quienes
sirven a Jesús como Señor, obedecen la voluntad del Padre. La obediencia
conduce a una justicia real que debe exceder a la de los escribas y fariseos (5:20). Quienes han dado de
comer al hambriento, recogido al forastero, cubierto al desnudo y se han
preocupado del encarcelado heredarán el reino (25:34-36). Tales personas están preparadas para sufrir por
causa de la justicia (5:10).
Esto nos
lleva a enfrentarnos con la intervención del reino en nuestras vidas. ¿Hemos
oído el anuncio del reino de tal manera que sabemos y oímos nosotros mismos la
oferta e invitación misericordiosa de Dios? Si este es el caso, ¿Hemos oído y
enfrentado la proclamación esperanzadora de Jesús el Rey? ¿Hemos llegado a un
acuerdo con el riguroso llamado al discipulado?
(Es decir, ¿es un discipulado a nuestro estilo, o al estilo de Jesús?)