Las
enseñanzas de Jesús en el sermón del monte no fueron dadas en el contexto de
entrar al Reino por primera vez. Estas
se enfocan en la calidad de vida demostrada por quienes han entrado al reino y
han dado una respuesta a la misericordiosa intervención de Dios, además de
haber experimentado un nuevo nacimiento. Las
bienaventuranza por lo
general son consideradas como la parte más importante de Su enseñanza (Mateo 5:1-12; Lucas 6:20-16).
Es vital comprender que la esencia de las enseñanzas en Cristo se refiere al Reino.
Las bienaventuranzas resumen, en frases simples y concisas, verdades
fundamentales que aparecen en muchos y variados contextos en las otras
enseñanzas de Jesús. Ellas realmente son una llave que abre la puerta a Su
enseñanza más extensa.
Hemos
visto cómo la llegada del Reino ha traído una nueva era que trasciende la era
de la ley y los profetas. La diferencia radical entre la era pasada y la nueva
se enfatiza en Mateo 5: 17-48.
Lo dicho en este pasaje es: “oísteis
que fue dicho… Pero yo os digo…”. Jesús se atribuye una autoridad mayor que la
de Moisés.
Jesús
vivió y enseñó un concepto revolucionario de ética porque Él incorporaba una
era completamente nueva.
Quienes están en el Reino hacen cosas inauditas como poner la otra
mejilla, llevar la carga dos millas y amar a sus enemigos. Este nuevo estándar
no le permite al hombre albergar ira, lujuria, o falta de honestidad en su
corazón (5:21-37). No es una abolición a la ley y los
profetas, sino una elevación de éstos a un nivel que va más allá de la
capacidad humana. El reino trasciende la ley, la nueva era es mucho más gloriosa que la anterior, tanto así que la era pasada
parece desvanecer ante la comparación (2
Corintios 3:7-11).
La nueva
era ha llegado, trascendiendo la anterior; aun cuando la antigua sigue aquí,
permanece en un contraste radical con la nueva. Las bienaventuranzas
se sitúan en el contexto de “ahora” y “entonces”. Aquellos que AHORA tienen
hambre, ENTONCES serán saciados (Lucas 6:21). Los que AHORA están
saciados, ENTONCES tendrán hambre (6:25). Los que AHORA lloran, reirán ENTONCES
(6:21). Los que AHORA ríen, se lamentarán y llorarán ENTONCES (6:25).
Se crea
un contraste entre el actual siglo malo y la gloria del siglo venidero, cuando
sean intervenidos los estándares de este mundo. Aquellos que han entrado al reino
viven en esos estándares radicales.
Las
bienaventuranzas sólo se pueden entender en el trasfondo de la presencia del
futuro. Los cristianos son gente que ha conocido a Jesús, y conocer a Jesús
es conocer el fin. Hemos sido sacados de
este mundo presente y ya vivimos mediante los poderes del siglo venidero, aun
cuando al mismo tiempo vivimos en este mundo. Nos vemos atrapados por la
tensión entre dos mundos, sin embargo el
poder, la realidad y los valores del reino determinan nuestras vidas, en vez de
los modelos de este siglo.
El
énfasis en la respetabilidad y la realización pública, es central para el mundo
en que vivimos. El
hombre practica la piedad ante los hombres: le gusta ser visto cuando le da al
pobre, que lo escuchen cuando ora, y llamar la atención cuando ayuna (Matero 6:1-8). Quienes han
entrado al mundo venidero saben que el verdadero énfasis radica en la condición
del corazón ante Dios. Los primeros están absortos con las cosas materiales o
las preocupaciones de esta vida, los
últimos confían en la provisión de su Padre celestial (6:19-34; 7:7-12).
Si
se adoptara el Sermón del Monte como el
estándar moral que el hombre debe alcanzar,
nadie podría ni siquiera tener la esperanza de entrar al reino de Dios. Jesús no está ordenando un nuevo conjunto de
reglas. Él está describiendo lo que le sucede a quienes han dejado este siglo y
comienzan a vivir en el siglo venidero. Sucede un cambio
revolucionario en nuestras vidas cuando somos alcanzados por los poderes del siglo venidero.
Jesús no
dijo “Hagan esto y no aquello y
y
entrarán en el reino”, Él se refiere a quienes son la sal de la tierra y la luz
del mundo (5:13-14). Estos
son los hijos del Reino, los postreros que han pasado a ser los primeros, los
niños a quienes se les ha dado el Reino
y los nacidos de nuevo que se han arrepentido y han seguido a Jesús. Esta es
una descripción del estilo de vida del nuevo hombre en Cristo, la nueva
criatura para quien las cosas viejas han
pasado y todas han sido hechas nuevas (II
Corintios 5:17).
Una
bienaventuranza es una bendición o felicidad suprema. La palabra original
significa “ser feliz” o “ser felicitado(a)” ante una condición o posición
asignada por un personaje muy importante.
Para los hebreos, “bendición” involucra mucho
más que sólo “sentirse” feliz; incluye bienestar absoluto. Los conceptos hebreos de “Shalom” y
“salvación” se pueden resumir como bendición.
El concepto de “bendición” de la era venidera se desarrolló en los
escritos escatológicos y apocalípticos.
Las referencias
en el Antiguo Testamento reflejan el comienzo de lo que se desarrolló en el
tiempo de Jesús. Para Jesús, la bendición estaba vinculada específicamente a la
idea de la era venidera, la dicha de la era mesiánica (la que Él vino a
introducir a este mundo). Esto también
se refleja en la manera en que se utiliza en el Apocalipsis según San Juan (Apocalipsis 19:9).
En las bienaventuranzas,
Jesús describe la clase de gente que compartirá esta felicidad. Cada bienaventuranza podría traducirse como:
“Oh, la felicidad de…”. Deberíamos
recordar el concepto del profeta Isaías de una clase especial de gozo que sólo
se encontrará en el siglo venidero (Mateo
5.1-12; Lucas 6.20-23).
Está
claro en la combinación de la misma expresión “pobres en espíritu” que, aún
cuando ser pobre podía significar ser materialmente pobre, éste nunca fue el
concepto definitivo. El concepto hebreo
es holístico (integral o completo), inclusivo.
La pobreza material nunca se ha considerado como una bendición de Dios,
al contrario, La Palabra misma contiene que “la bendición de
Jehová es la que enriquece y no añade tristeza con ella” Proverbios 10:22.
El
significado de los “pobres en espíritu” contiene una doble vinculación:
Primeramente se trata de una pobreza interior que hace que esos “pobres en
espíritu” vivan bajo el reconocimiento de que necesitan a Dios y a los
demás. Esos “pobres en espíritu”
(pobreza interior, no exterior) se caracterizan por ser humildes, amistosos,
tratables, no altivos, no arrogantes ni opresores de los demás.
Luego, la
expresión los “pobres en espíritu” es muy vinculadora de que el pobre o el
necesitado en lo material no tiene poder ni influencia propia, con frecuencia
son (marginados y) pisoteados por el opresor.
Esto hace que confíen plenamente en Dios, en vez de (hacerlo) en sus
propios recursos, de modo que Dios se pone de su parte contra el opresor.
El contexto de la declaración de Cristo es escatológico: los pobres son bendecidos con la llegada del Reino. Para Isaías la era mesiánica significaba la salvación de los pobres y arrepentidos de corazón. En la enseñanza de Jesús se les debe ofrecer a los pobres la abundancia de la última cena (Lucas 14:13,21). Éste es el motivo por el cual se les predica las buenas nuevas.
Si la era venidera traerá salvación a los pobres, también traerá devastación a quienes son ricos e impíos en sus riquezas; esto trastornará por completo el sistema de valores de este siglo.
La
declaración de bendición a los pobres se equilibra con la declaración de ayes
hacia los ricos (Lucas 6.24-25),
(léase también Santiago 5.1-4). Dios no está en contra de las riquezas, Su
bendición trae prosperidad y abundancia, sin embargo está en contra de quienes
son ricos a expensas del pobre y de quienes confían en sus riquezas.
Por lo
tanto, el “pobre” y el “rico” en las bienaventuranzas, son quienes se
encuentran en circunstancias que generalmente se aplican al rico y al pobre en
lo material. Sin embargo, dado que los
pobres pueden ser orgullosos y los ricos pueden haber sido enriquecidos
mediante la bendición de Dios, lo anterior se refiere a (una condición interna,
o) una actitud frente a la vida.
Los
pobres en espíritu (sean pobres o ricos en lo material) son quienes saben que
necesitan a Dios, que sin Él se encuentran desamparados, débiles y empobrecidos;
no confían en la justicia de sus obras, sino en la gracia de Dios. La
ilustración más gráfica de una persona semejante se encuentra en la parábola
del fariseo y el publicano (Lucas
18.9-14). Paradójicamente,
este hombre debió haber sido rico al igual que la mayoría de los recaudadores
de impuestos, que eran los maestros del fraude.
Aun cuando él era materialmente rico, era pobre en espíritu. (Contrario al fariseo, quien era un buen
conocedor de la Ley y de sus prescripciones acerca de la vida espiritual, así
como también una persona muy apegada a costumbres religiosas rígidas como las
de su teología particular, no obstante, todo eso significaba para él una
“verdadera” “justificación” para presentarse “limpio” y “diferente” ante Dios,
y prácticamente “sin necesidad” de tener que pedir perdón por nada a Dios
mismo).
Cuando
Jesús decía “porque
vuestro es el reino de Dios”, (Lucas 6:20), Él
quería decir que todo lo prometido en Isaías les pertenecía. Los pobres en espíritu tienen la dicha,
felicidad y abundancia del Reino de Dios y todo lo que éste trae consigo. Por lo tanto, El Evangelio provee una
esperanza real para los pobres de este mundo.
Entonces
podemos decir que, aun cuando esta felicidad seguramente llegará en el siglo
venidero, ya obra en la actualidad. Mientras el mundo piensa que los ricos son
felices y los pobres no tienen esperanza, Jesús hace una declaración
autoritaria de lo contrario. Los pobres son bendecidos tanto en el reino futuro
como en el presente. Los ricos pueden
parecer bendecidos, pero el día de saldar cuentas puede llegar en cualquier
momento y las riquezas en las que confiaron se acabarán. Esta bienaventuranza es una profunda promesa
para los pobres y una seria advertencia para los ricos.
El
llanto al que se refieren las Escrituras es una clase especial de lamento que
experimentan los piadosos cuando ven la devastación del pueblo de Dios y el
horror de la rebelión humana y sus consecuencias. El hombre (o la mujer) que llora es, ya sea
el pecador que está profundamente convencido de su propio pecado,
o el creyente que está profundamente preocupado por la perversión del mundo en
que vive y en especial por la cautividad del pueblo de dios, cuando le vuelven
la espalda a Él. Este lamento se
convierte en un clamor a Dios por liberación y redención. Ellos recibirán consolación, el reino de Dios
dará un vuelco al sistema de valores del presente siglo malo.
El hombre
manso confía a Dios su causa o necesidades y no lucha por sus propias
fuerzas. Moisés es el clásico ejemplo de
mansedumbre (Números 12:3). David posee la misma cualidad. Salmos 37 es
la exposición más clara de mansedumbre en el A.T. Jesús citó el verso 2 en esta
bienaventuranza: “pero los mansos heredarán la tierra”. Ser manso es esperar que Dios nos haga
justicia sin impacientarnos por los impíos (Salmo 37:1,5,7).
Al igual que sucede con las demás
bienaventuranzas, las promesas hechas a los mansos son
mesiánicas y provienen de Isaías. La idea de heredar la tierra es un tema
preponderantemente bíblico. La idea
básica se originó en la forma cómo la tierra prometida se dividió mediante
sorteo entre las familias (tribus) de Israel.
En el N.T. la “tierra” llegó a representar mucho más que un Israel (o
tierra) físico. Ahora el pueblo de Dios
hereda la vida eterna en el Reino (Mateo
25:34).
Decir que los mansos heredarán la
tierra, es otra forma de decir que los mansos heredarán el Reino. Aquellos que no tienen nada en este mundo,
pero confían completamente en Dios, lo tendrán todo en el siglo venidero. A
medida que el siglo venidero irrumpe en este siglo, los hijos del Reino toman
parte en su heredad.
Mientras
Mateo habla de quienes tienen hambre y sed de justicia, Lucas sitúa las
bienaventuranzas en el contexto de pobre y hambre material. Al igual que con
el pobre, la idea básica comienza en los
Salmos. La abundancia dada al pobre y
hambriento es parte fundamental de la promesa mesiánica que se cumplirá en el
Reino venidero, particularmente en la cena mesiánica (Lucas 22.16,30). Jesús demostró la presencia del Reino cuando
alimentó a los pobres y hambrientos (Lucas
9:17). Ahora los ricos están
saciados (Lucas 6:25), pero
cuando Cristo venga a Su pueblo, los hambrientos serán colmados de bienes y a
los ricos se les enviará vacíos (Lucas
1:53). EL relato del hombre
rico y Lázaro cuenta la historia con un detalle gráfico (y escatológico) (Lucas 16.19-31). El hecho que Mateo añade la frase “sed de
JUSTICIA…” (Mateo 5:6), es
prueba del hecho que el Reino de Dios no es sólo comida y bebida, sino
justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo (Romanos
14:17).
Los que tienen hambre pueden estar absolutamente cerrados a Dios, mientras que los ricos a veces están profundamente hambrientos por las cosas de Dios. La situación material es un símbolo poderoso de los valores espirituales del hombre y puede ser considerada más que simbólica, porque con una mayor frecuencia, la gente materialmente hambrienta se encuentra también espiritualmente hambrienta, mientras que quienes jamás han experimentado necesidad material sienten que no necesitan a Dios en sus vidas.
La justicia de la cual los hombres tienen hambre es mucho más que la justicia externa procurada por los fariseos. La justicia verdadera gira en torno a las relaciones. Juan el Bautista vino “en camino de justicia” (Mateo 21:32). Ese camino de justicia incluye la ética de las relaciones humanas (Lucas 3.10-14). El estándar de justicia que Jesús emplee cuando juzgue al mundo abarcará las relaciones humanas (Mateo 25:37).
La santificación no es una lista de leyes externas sobre la comida y el vestido, sino una manera de relacionarse con Dios y el hombre. Este hambre de justicia incluye el profundo deseo del hombre de ser perdonado por Dios (al haber faltado a Sus leyes en el trato para con sus semejantes).
Esta
bienaventuranza es tanto una promesa de perdón para quienes lo anhelan y como
una promesa de cambio total para los pobres de la tierra, cuya esperanza está
en la venida del Reino de Dios. Ellos
serán saciados en el banquete mesiánico.