viernes, 24 de octubre de 2014

Teología del Reino II. Clase No. 4


La misericordia está estrechamente vinculada al amor inquebrantable, al amor de pacto o a la fidelidad divina. Lucas demuestra cómo el nacimiento de la nueva era fue considerado como un cumplimiento de las promesas de misericordia de Dios para Su pueblo adquirido (Lucas 1:50, 54, 72, 78).  El cumplimiento de esta promesa se encuentra en el ministerio de sanidad de Cristo, con frecuencia se le suplicaba misericordia al “Hijo de David”

Sólo quienes están preparados a mostrar misericordia pueden esperar recibir la misericordia prometida en el Reino de Dios. Si perdonamos, el Padre nos perdonará (Mateo 6.14-15).   El hombre al que se le perdonaron todas sus deudas, y aun así rehusó perdonar a los demás lo que a él le debían, fue echado en la cárcel (Mateo 18.23-35).  El hombre rico que daba voces en el infierno pidiendo misericordia, durante su vida no mostró misericordia (Lucas 16:24).  Los fariseos fueron juzgado por Jesús por haber mal interpretado la ley debido a que dejan lo más importante de la ley: la justicia y la misericordia y la fe (Mateo 23:23).

Con frecuencia los comentadores han notado que esta bienaventuranza se cumplirá en forma natural el alguien que acepta las anteriores: quien reconoce su pobreza ante Dios, llora por sus pecados y los de la humanidad, no se impacienta por su propia justicia y tiene hambre de la llenura de Dios, no podrá despreciar al necesitad; para tal persona no es difícil perdonar.  Una opinión real de nosotros mismos ante Dios asegura una actitud correcta hacia las necesidades y defectos de los demás.

Esta bienaventuranza sólo puede ser entendida bajo el trasfondo del judaísmo rabínico y las tradiciones de los fariseos. En las leyes de santidad del Antiguo Testamento, la mayoría de los objetos se clasificaban como impío o inmundos: la vestimenta, los animales, los alimentos, las plantas, los días, y las personas (la gente), etc. Ya en los días de Jesús dicha tradición había sido llevada a extremos absurdos.  Los fariseos se encontraban a sí mismos sucios, si se sentaban sobre la vestimenta de alguno de la “gente cualquiera”; se desarrollan complicados métodos para lavarse las manos (según la tradición ya en el Nuevo Testamento, para que una persona estuviera y se sintiera “limpia” después de ensuciar sus manos, debía hacerse un lavado de siete veces en cada parte de su cuerpo; ejemplo: lavarse siete veces cada dedo de los pies, siete veces la palma de los pies o de las manos, según fuera el caso). Los Esenios (un grupo sectario-religioso en el tiempo de Jesús), debían bañarse todos los días para conservar su pureza ritual.

Se daba énfasis a lo externo, los fariseos habrían estado de acuerdo con la declaración: “bienaventurados los ritualmente limpios, porque ellos verán a Dios”.

Jesús enseñó algo diametralmente opuesto a la enseñanza de los fariseos:

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.
¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.
Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.
Mateo 23.25-28

No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre.
Entonces acercándose sus discípulos, le dijeron: ¿Sabes que los fariseos se ofendieron cuando oyeron esta palabra?
Mateo 15.11-12

Jesús no sólo enseñó pureza interna, sino que demostraba en Sus acciones que Él podía ver a través de las fachadas (de los hombres). Él escandalizaba a los fariseos al comer con los cobradores de impuestos y pecadores (Marcos 2.14-23).  Jesús ministraba a los gentiles “inmundos” y hasta tocaba a los leprosos.  En consecuencia, los escritores del N.T. enfatizan la pureza de conciencia, en lugar de la limpieza ritual y condición externa de la gente.   

Esta bienaventuranza invierte el sistema de valores del mundo religioso en cualquier tiempo de la historia. El Reino de Dios trae una revolución espiritual.  La pureza es un asunto del corazón.  Jesús declara la dicha de la era venidera para quienes tienen un corazón limpio (quienes no acusan ni son acusados de nada).  La promesa de que “ellos verán a Dios” se formula en el contexto de felicidad escatológica. Uno puede ver a Dios en la experiencia de la adoración, sin embargo, dicha experiencia será finalmente manifiesta en el mundo venidero. Isaías vio la era venidera trayendo una revelación de la completa gloria de Dios.  Lucas registra que el amanecer del siglo venidero fue celebrado por los pastores y Simeón al ver la salvación de Dios (Lucas 2:20).  Jesús les dijo a Sus discípulos que muchos profetas desearon ver las cosas que ellos vieron.  
Mientras que para los griegos, la paz denota ausencia de guerra o estado de total quietud, para los hebreos denota integridad, bienestar, perfección y prosperidad. Poseer todo lo anterior constituía otro modo de expresar que se experimentaba salvación como una realidad holística (global o total).

Bendición, paz y salvación estaban estrechamente vinculadas a la experiencia de la era mesiánica.  La paz definida de esta forma es de la misma forma esencia del Reino.    

¿Quiénes son entonces los pacificadores y cómo se relacionan a la venida del Reino?  Un pacificador es alguien que tiene dentro de sí la paz o integridad del Reino y la imparte a otros. Si bien no se excluye la idea de traer paz entre partes enemistadas, el énfasis recae sobre la habilidad de traer dicha paz a la vida de los demás; impartir algo que uno ha experimentado.

Cuando los discípulos entraban a una casa, podían hacer que su paz viniera a ella (Mateo 10.12-13).  Ellos llevaban en sí mismos la presencia característica del Reino.  Jesús les dijo: “…y si hubiere allí algún hijo de paz, vuestra paz reposará sobre él…” (Lucas 10:6).   En realidad dicha paz reposa (es impartida o ejerce influencia) sobre la gente mediante la irrupción del Reino y es similar a la presencia y el derramamiento del Espíritu Santo. 

En el mundo occidental (Europa y América), la gente está acostumbrada a los conceptos, en vez de la práctica. Para los hebreos (mundo oriental), el pensar, el hacer y el ser son partes de un todo indivisible. Las palabras son hechos y las enseñanzas, prácticas.  Jesús enseñó dentro del sistema de las técnicas rabínicas del discipulado.  En este contexto, el comprender, experimentar y transmitir la paz a las vidas de otros, formaba parte de una sola realidad. 
Pocas necesidades humanas son tan profundas como la necesidad de aceptación. Nuestro engreimiento nos hace poner la popularidad, la estima y el prestigio como una de nuestras metas más altas. Para el pensamiento clásico, la fama era considerada como uno de los valores más nobles de la vida. Para el judaísmo rabínico quienes eran considerados santos eran muy aclamados; se sentaban en los mejores lugares en las sinagogas (Lucas 20.46-47).  Quienes eran rechazados o expulsados de las sinagogas (recaudadores de impuestos, ramera y pecadores) se les consideraba la escoria de la sociedad; ellos realmente no tenían oportunidad de ser tocados por Dios.  Ningún fariseo habría considerado dicho estado como digno o señal de bendición.  Pero Jesús invierte el sistema de los valores del hombre.  Lo que es exaltado ante los hombres es una abominación ante los ojos de Dios (Lucas 16:15).

El lenguaje de las bienaventuranzas tiene que ver con un pasaje de Isaías sobre la gente socialmente rechazada que se convierte en el pueblo de Dios.   El estilo es tan parecido al de las bienaventuranzas, que resulta difícil no asumir que Jesús vio cómo este pasaje se cumplía en Sus discípulos.  Los hijos del Reino se convirtieron en una contracultura para este mundo; un pueblo alternativo donde la popularidad social no tiene valor, pero donde es primordial el identificarse con el Hijo del Hombre y Su reinado celestial.  Cuando el mundo los rechaza, ellos deben alegrarse en gran manera: el mundo rechazó a los profetas y al propio Hijo de Dios (Juan 15:18).




Cada bienaventuranza revela de un modo distinto un tema constante; los valores del Reino invierten el sistema de valores del mundo actual. El Reino de Dios trae consigo una revolución. Según lo dicho por los tesalonicenses: “…estos que trastornan al mundo entero también han venido acá…todos éstos contravienen los decretos de César, diciendo que hay otro rey, Jesús” (Hechos 17.6-7).  Esta no es una revolución común, basada en una causa política temporal, sino que ha sido provocada por la intervención del siglo venidero.  Debido a que la era venidera es tan radicalmente distinta a la era actual, su intervención no puede ser nada excepto trastornar el presente siglo.  La transición de este siglo al siglo venidero nunca será evolutiva o dócil (sino dramática, impetuosa e impactante). 

Otro elemento en las bienaventuranzas es la ausencia total de división entre las realidades materiales y espirituales. De acuerdo con casi toda condición, sea el pobre, el hambriento, los que lloran, o el rico, su estado es tanto material como espiritual. 

Esta siempre es la forma hebrea de ver la realidad.  La división entre los aspectos espirituales y materiales es parte del pensamiento griego occidental. La venida del Reino afectará toda la vida: los aspectos sociales, individuales, materiales, espirituales, lo que respecta a la justicia social y la moral personal. Habrá cielo nuevo y tierra nueva. 

Cada intento de delimitar las bienaventuranzas a una lista de reglas (humano-religioso) fracasará.  El estilo de vida descrito va más allá de nuestra capacidad de comprensión.  No podemos vivir las bienaventuranzas con nuestras fuerzas (o aplicándolas como píldoras o reglas religiosas), (esto sería como intentar volar a la luna con el puro esfuerzo físico y nada más).  Las bienaventuranzas ahondan tan profundamente en nuestros motivos internos que lo único que hacen continuamente es preocuparnos. Si pudiéramos salir de este mundo y vivir completamente en el Reino, sería grandioso.  Si pudiéramos olvidarnos del Reino y vivir solo en este mundo, no habría peligro alguno; pero ninguna de las dos cosas es posible, continuamos siendo parte de ambos reinos al mismo tiempo.  Nuestras vidas son alteradas en la forma más maravillosamente desconcertante, de modo que nunca más podremos volver a ver las cosas del mismo modo.